Te despiertas un sábado bastante tarde porque la semana anterior estuvo muy pesada, te extrañas porque tu celular no sonó a las 10 am pero no lo revisas, te diriges al baño para lavarte la cara, te ves en el espejo y ahí estás de nuevo, con el mismo rostro que ayer, un poco despeinado pero es el mismo. Enseguida buscas la caja de cereal a pesar que son más de las 12 del día y sería mas conveniente un alimento formal, te das cuenta que no hay leche en la nevera, tomas las llaves y caminas 8 cuadras para comprar un galón.
A una cuadra de llegar a la tienda rueda a tus pies un balón viejo de básquet, una chica te hace señas por el otro lado de la malla y le devuelves la pelota, ella te agradece. El tipo de la tienda te saluda y a la vez te despacha, revisas tu bolsillo y descubres que 3 miserables pesos se te han caído tal vez frente a la cancha, pides disculpas dejando el galón en el mostrador, regresas corriendo una cuadra.
Divisas un pequeño brillo sobre la banqueta y corres aliviado, sentimiento que dura poco cuando te percatas que un pastor alemán se altera por el sonido de tus suelas. Te congelas inmediatamente convirtiéndote en un perfecto blanco para esa pelota de básquet que viajaba a gran velocidad sobre el cielo.
Caes sobre el asfalto y te arrastras hasta la sombra de un árbol, alzas la mirada y ves al pastor unas cuadras después de la tienda, tal vez huyó porque la chica de la pelota lo ahuyentó. La chica te pregunta si estás bien, te pide disculpas, tratas de enfocar su rostro pero no es tan sencillo a contra luz, mucho menos detrás de la malla. Tratas de ponerte de pie pero tu cabeza da vueltas por todos lados, ella se preocupa y da la vuelta para ayudarte.
Se agacha, toma tu brazo y te levanta, agradeces y dices que no fue nada, te sientes avergonzado. Para tratar de darle fluidez al momento le recuerdas que su pelota yace a media calle, ella da media vuelta para traerla inmediatamente, como si se tratara de una joya familiar. Observas como su cabello corto hace juego perfecto con el viento, un destello te obliga a bajar la mirada y recoges una cadena apenas perceptible que se lee sola con el nombre de Naida.
Sonríes, sabes que es de ella, levantas la mirada únicamente para contemplar el momento en que un carro repartidor la lanza 2.5 metros mas allá de su pelota, haciendo su muerte inevitable.
Tu sonrisa se borra y no vuelve hasta minutos después de que apagas la alarma de tu celular y quedas mirando al techo, unas gotas de sudor te exigen ser sustituidas por agua limpia del lavabo. Inmediatamente buscas la caja de cereal y se llena apenas una cuarta parte del tazón con leche. Exhalas, tomas las llaves y caminas 8 cuadras a una tienda.
Justo a una cuadra de llegar, un balón viejo de basquet rueda a tus pies, la dueña te hace señas del otro lado de la malla. Sujetas con todas tus fuerzas la llave de tu casa y perforas el balón por el lado que parecía estar parchado, no puedes hasta el cuarto intento. Ella te grita desesperada, da la vuelta, te empuja contra el árbol y te arrebata el balón, como si se tratara de una joya familiar. Sonríes. La apartas del camino y argumentas.
"Algún día me lo agradecerás, Naida".
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