Fue un día como cualquier otro, se aproximaba la hora de regresar a casa. Estaba muy cansado, creo que era uno de lo días más calurosos y con más tráfico que de costumbre. Bajé a la última persona cerca de la glorieta, era una chica como de veintidós. Sonreí, y me puse ansioso porque el acelerador estaba a mi merced. Mi tiempo récord desde la glorieta a la central era de 15 minutos más o menos.
Aceleré, le dí dos vueltas al volante y sentí como la inercia del camión me llevaba consigo al otro extremo. Justo al concluir la glorieta, divisé a una persona que levantó la mano tratando de hacerme la parada. Decidí ignorarla porque ya era muy noche y llevaba una velocidad considerada para seguir adelante.
Me detuve dos metros después de la persona, rodeó el camión por la parte de atrás y mientras lo hacía abrí las puertas de enfrente. Llevé mi cabello hacia atrás, -No creo que le importe si conduzco como loca hasta la central, tal vez se baje antes- Pensé.
Entonces un aire frío subió con la persona, se quedó enfrente de mí por unos segundos, después pasó a la última hilera de sillas sin pagar y se sentó.
-¿Qué es esto? ¿Se estará burlando de mí?- Susurré en mi cabeza. -Oye el pasaje cuesta 7 pesos- le grité mientras me asomaba y volteaba a verlo, parecía un chico, no era muy alto pero era bastante extraño que anduviera puesta esa aterradora máscara como de gato, la cual le cubría completamente el rostro.
-Si no quieres pagar puedes bajarte, no creas que te llevaré gratis- Insistí. El levantó la cabeza y me mostró su reloj. Esa acción me molestó pero mi cuerpo sufrió un terrible pesor cuando de su otra manga sacó un cuchillo de cocina y comenzó a estrellar la punta contra el vidrio de su reloj unas 3 o 4 veces en un intervalo increíblemente lento.
No pensé dos veces poner en marcha al monstruo, pero se me hacía muy difícil conducir sin despegar los ojos del espejo retrovisor. El chico parecía no estar preocupado de la posibilidad de ser golpeado por una vara de metal que siempre guardo bajo mi asiento, pero estaba segura de que sería apuñalada antes de poder defenderme.
Cada vez que bajaba la velocidad para pasar un tope, un alto, o una calle, se hacían más fuertes los sonidos del cuchillo estrellándose contra su máscara sonriente de plástico.
Cuando pasé estaba a unas cuadras de la central sonó el timbre de parada, me detuve y el chico bajó como cualquier persona del monstruo, cerré las puertas inmediatamente, mientras me alejaba, observé como él permanecía parado a media calle, mirando a la nada y se ponía el gorro de su suéter negro.
No estoy segura pero cerca de ahí vive una chica oriental que tiene una tienda y parece que vi la misma máscara en uno de sus estantes el otro día que pasé. Maldita máscara sonriente, nunca la olvidaré.
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